Tengo un hijo de cinco años nacido por cesárea. Pasé un buen embarazo, pero viví un parto traumático que me dejó agotada y algo trastornada durante meses.
Mi hijo tampoco fue fácil: fue un bebé muy, muy, demandante. Durante los tres primeros meses sólo se dormía encima mío, así que yo siempre dormía sentada con el bebé encima y durante el día lo porteaba constantemente. Durante los primeros meses todo era difícil: lloraba si le bañaba, lloraba en cada cambio de pañal, lloraba en cada sitio nuevo al que iba. No podía ir en metro y a duras penas en el coche. No dormía nunca más de tres horas seguidas, no podía dejarle en el carrito ni en la hamaca, ni en el suelo, siempre tenía que estar encima. La suerte fue que se agarró muy bien al pecho y con eso podía calmarle siempre. En este tiempo, me harté de que todo el mundo me dijera que es normal, que los bebés no duermen, que qué esperaba. Me molestaba sentirme juzgada, y sobre todo que me lo decía gente a la que yo había visto con su bebé dormido en el carrito durante horas. Obviamente cada una tendrían sus problemas, pero yo sentía que en general se me juzgaba por expresar mi malestar, en plan «¿qué pensabas tú que era tener un bebé?». Bueno, creo que no todos los partos ni todos los bebés son iguales.
Fui a un grupo de posparto con otras madres pero ahí veía que mi historia no tenía nada que ver con la que las demás contaban. Nadie expresaba malestares más allá de si se enganchaba al pecho o no, así que tampoco me ayudaba. Hasta que llegué a un grupo del hospital Sant Joan de déu de Barcelona, que se llamaba Ja tenim un fill, y ahí las educadoras que llevaban el grupo me dijeron el primer día «Buff qué duro, ¿no? ¿Tienes ayuda?». Y esa frase fue un bálsamo para mí. En ese grupo encontré por fin la empatía y el reconocimiento que necesitaba y que no encontraba en mi entorno. Ellas favorecían que pudiéramos hablar de nuestros malestares, miedos, sin restricciones, y realmente me ayudó mucho.
Otro tema fue que tras el parto estaba agotada y traumatizada. Las primeras semanas lloraba cada día recordando el parto y mi pareja casi no me ayudaba. Nadie me entendía. Me decían que «todo había ido bien» y que debería estar feliz. La comadrona me pasó el test de la depresión posparto y salió como probable, por lo que me envió a la psicóloga, con una cita unas seis semanas después. Por suerte mi madre vino a esa visita y ahí decidió que cada día ella y mi padre vendrían a pasar el día conmigo. Me hacían la comida y cogían a mi hijo un par de horas por la tarde para que yo pudiera dormir sin él encima. Cuando llegó la siguiente visita de la psicóloga yo estaba mucho mejor. No necesitaba psicoterapia, lo que necesitaba era ayuda, tribu y descanso.
Tras estos primeros meses, mi pareja, que sufre una enfermedad, tuvo una crisis que nos obligó a vivir separados 10 meses. Posteriormente se han producido algunas más. Esto ha hecho que mi hijo esté muy apegado a mí y ha marcado la crianza en muchos aspectos.
Durante todo este tiempo he tenido la suerte de tener a mis padres cerca, jubilados y bien de salud, que me han ayudado y me han acogido en su casa cuando no he podido vivir en la mía.
Sin mis padres no sé cómo hubiera sobrevivido.
Anónimo