«Realmente temía hacerle daño a mi hija»

Tengo 42 años y soy madre de dos hijas, de tres años y de un año y medio. También tengo un marido maravilloso. Mi primer embarazo, muy buscado, llegó rápidamente. Fue una experiencia hermosa, con alguna que otra lágrima, pero en general estable. Tuve un parto natural por inducción a las 40 semanas y 5 días, muy bien apoyada por mi ginecóloga, todo el equipo, mi marido y, por supuesto, mi niña, que estuvo piel con piel conmigo inmediatamente.

Mis padres vinieron a casa durante un mes (vivo en Oriente Medio), pero mi madre estuvo discutiendo conmigo todos los días y no sentí que me ayudara con el bebé. Sin embargo, mi familia política siempre ha estado presente. Todo era idílico hasta que, a los tres meses y medio del parto, empecé a sentirme nerviosa. Esto coincidió con el momento en que dejé la lactancia materna, además de que acabábamos de mudarnos, estaba preparando exámenes de la carrera y estuve aislada durante 15 días con mi bebé por el confinamiento (mi marido y toda la familia se contagiaron de COVID). Comencé a dormir solo unas cuatro horas al día y mi alimentación se volvió inestable.

Todo empeoró cuando empecé a tomar una nueva medicación para un dolor en la muñeca. A los tres días, comencé a cerrar las ventanas por miedo a lanzar a mi bebé, no podía bañarla por miedo a ahogarla y evitaba la cocina y los alimentos que necesitaban cuchillo. Realmente temía hacerle daño a mi hija. Además, se sumaron a esto unas 200 imágenes al día en mi cabeza sobre cómo podría golpearla o que se me caería.

Sin saber a quién acudir por miedo a que me quitaran a mi hija y convencida de que me había vuelto loca, se lo comenté a mi marido. Pedí consejo a una persona en España que me dirigió a un neurólogo, quien me recetó dos medicamentos diferentes. Tomé la primera pastilla por la noche, pero al levantarme para ir al baño, perdí el conocimiento y me rompí algunos dientes y el labio. En ese momento, pensé que realmente le había hecho daño a mi hija, lo cual es lo peor que puede pasarle a una madre. Decidí no volver a tomar la medicación y, gracias a que encontré esta página, empecé sesiones con una psiquiatra perinatal que me ayudó enormemente en solo cinco sesiones, sin necesidad de medicación.

Posteriormente, tuvimos algunas sesiones más de control y todo marchó muy bien. He tenido otro bebé y la experiencia ha sido perfecta. Sin embargo, he echado de menos una tribu sincera, ya que, cuando compartía mis problemas sobre fobias o el baby blues, otras mamás, creo que por vergüenza, nunca dijeron haber sufrido nada más que alegría. Si se normalizara el cuidado, la gran vulnerabilidad y los posibles problemas que pueden surgir en el posparto, todo sería más fácil. Es fundamental estar siempre acompañadas en esta etapa y hacer conscientes a toda la sociedad de que el posparto es un período de adaptación y cuidado tanto psicológico como físico.

 

María L., madre de dos hijas.